viernes, 27 de febrero de 2009

De puta madre

Augusto Rubio Acosta

Cuando era mocoso (tampoco estoy diciendo que soy viejo) y apenas hacía uno o dos años que tenía DNI, cuando era estudiante por las mañanas en San Marcos y practicante (debería decir aspirante a explotado) por las tardes, y empezaba a publicar mis primeros escarceos periodísticos (y culturosos) en un desaparecido diario de la tugurizada y siempre maloliente Lima de los noventas, me ponía a pensar en “lo que tenía que hacer”, en lo que me faltaba (así decía siempre el editor a sus noveles periodistas) para escribir como él quería:“de putamadre”.

El ir y venir -por las mañanas- del kiosko en una esquina de la avenida Bolívar, en Pueblo Libre, se había convertido en una auténtica tortura: pocas veces supe de antemano si mis crónicas saldrían publicadas; después de todo, nunca supe lo bien o mal que lo había hecho el día anterior hasta que compraba El Mundo y me leía. Nada superaba ese momento (hasta ahora me sucede), recién sabía que sabía lo que sé: luego de haber escrito y haberme leído.

Escribir “de putamadre” era jodido para mí en ese tiempo, toda una obsesión. La idea me atormentaba a veces, me perseguía a todas partes, me aliviaba en otros días. Recordaba cuando era niño, las viejas manías aprendidas de mamá: ¡Ya, antes de irse a dormir, me aprenden 10 palabras diarias, su significado y perfecta escritura. Además deberán redactar una oración por cada palabra aprendida, donde las empleen adecuadamente! ¡Ya, vamos, si no nadie duerme!...

A pesar que desde siempre leía –como dicen los muchachos- “a forro”, por ese entonces no era suficiente. Sucede que había devorado sólo los clásicos y autores latinoamericanos; faltaba proveerse de la nueva narrativa, el ensayo y la poesía contemporánea, necesitaba leer -por ejemplo- a Bukowski y a los europeos, a Patricia Highsmith y toda la novela negra y narrativa psicológica norteamericana, a los cronistas del New Yorker y a Kapuscinski, tantas cosas… Tenía que pisar tierra: estaba en nada, era doloroso y debía asimilarlo. ¿Así quería ser periodista?, ¿cronista, escritor tal vez?... Mientras mis compañeros del periódico habían leído kilómetros de kilómetros de papel impreso, este cimarrón continuaba en pañales (daba pena), era un triste provinciano aspirante a periodista y gateando…

Cuando recuerdo ese tiempo me vienen a la cabeza imágenes claras, otras también difusas. La universidad me distrajo –a decir verdad prácticamente me hizo perder el tiempo-, porque todo, casi todo lo aprendí en las calles y en la dichosa redacción. En la Lima de los noventas era sencillo escribir sobre política (estábamos en plena dictadura) después de haber salido a marchar con los estudiantes y enfrentarse a la policía; era sencillo escribir sobre fútbol y barras bravas (sobre todo si era fanático de Alianza Lima y el equipo no campeonaba 18 años); era más fácil escribir sobre música si uno se daba una vuelta por El Agustino (y su ecuménico festival de rock) o por la Carpa Grau (escenario de tantas jornadas chicheras y golpizas memorables). La historia y la literatura era lo que más me apasionaba, pero no siempre habían noticias de ese tipo que cubrir. Además debía escribir “de putamadre” y eso constituía una chamba aparte.

Una vez, alguien me dijo que para escribir de “puta madre” debía ser disciplinado y hacerme un horario (practicaba ambas cosas), debía rodearme de mis alimentos favoritos (o sea yogurt en trozos, pan de molde con jamón inglés, pringles clásicos, un buen vino y duraznos al jugo), leer duro, bueno y parejo (de eso ya hemos hablado), conseguirme una buena PC (a las justas tenía una remington portátil) y escribir sobre lo que me joda, lo que me aterre y me mande preso, lo que me dé mucha vergüenza. Una vez, un poeta horazeriano del jirón Kilka (se escribe con “K” desde los noventas, antes se escribía con “Q”) me dijo que para escribir como él (o sea de puta madre) debía ser un tipo triste, padecer tuberculosis y ser pobre de espíritu, pobre –materialmente hablando-, y quizá también de corazón. Dijo que debía sufrir como nadie, que vaya coleccionando mis tristezas al mismo ritmo que las nuevas palabras que aprendía; dijo también que tal vez sea bueno que escriba junto a una buena hembrita, que las mujeres le dan el toque soberbio a una buena historia, que las incluya de cuando en cuando en mis crónicas

De ese tiempo a esta parte, me he dedicado a escribir de todo un poco, ustedes saben. A escribir nomás porque nunca pude escribir “de puta madre”. Como verán soy un fracaso (eso es irreversible). Por eso mejor me voy y los dejo con sus cosas (vayan nomás). Igual nos estaremos viendo aquí uno de estos días; y es que no lo entiendo, sólo en éste lugar todavía me aguantan.

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