Poesía, no quiero este destino.
Llévate tus sandalias
¡devuélveme mis manos!
CÉSAR CALVO
Augusto Rubio Acosta
Desde que nació, a mi pequeña hija Trilce le he escrito varios poemas. Antes que cumpla sus primeros seis meses de vida le escribí uno llamado “Tus ojos los míos”, publicado en 2005, en mi primer libro “Inventario de iras y sueños”. El poema hablaba de cuando ella dormía, de las ilusiones infantiles y de una pequeña estrella que años más tarde aparecería publicada en forma de cuento. Lo escribí una tarde de ocio creativo en nuestra vieja casa de la urbanización Pacífico, mientras el jardinero podaba una enorme planta de maracuyá que se alzaba en el patio donde meses después la niña daría sus primeros pasos y mientras Tere –mi madre- preparaba la cena. Por entonces mi padre aún vivía, y yo me sentaba a escribir en una vieja rémington que ahora se deja extrañar.
El primer poema para Trilce decía que el violeta de las flores en su puerta teñiría la noche de los octubres por venir. Le preguntaba si sus ojos un día fueron míos, la instaba a devolverme la ilusión extraviada en el laberinto de unos años a contraluz, de esos que abundan y está plagada nuestra existencia. “Hazme llorar niña / reír / haz de ese mundo imaginario / inédito / el hábitat de los deseos realizados / haz de mi existencia diaria / el castillo de tus sueños”. En el prólogo del libro, el poeta Dante Lecca anotaría: “Trilce entonces representa el futuro, un mundo que tal vez el padre no ha tenido, pero un futuro no regalado o caído del cielo, sino conquistado, trabajado a pulso mediante la existencia diaria…”.
Fue en el mes morado del año 2000 cuando escribí esos versos, mientras las sábanas y capullos que la envolvían en su sueño seguían in crescendo y arrastraban a la familia toda al universo mágico donde reinan los de trapo y algodón.
Si ahora me detengo a mirar hacia atrás y revisar los poemas que hablan de la niña que más quiero, quien sabe sea por la enorme nostalgia que me embarga, quizá la soledad de estos días me producen las ganas de sentarme a reflexionar sobre la relación indivisible que existe entre la poesía y la vida. Entonces cómo escribirte ahora mismo un nuevo poema, hija, si en los otros dos que aparecieron en el libro “Mi camisa de comando”, la simbi, la roncadora que siempre fuiste, y tu cabello e` manzanitas, no eran hallados por el poeta cuando llegaba la noche y éste deambulaba por los campos, las urbes y las florestas donde un día se extravió tu risa, el aroma de tus manos. Por eso –para que nunca te olvides- el poeta escribió también que lo que importaba no era su muerte anticipada, la vida de humo, cabellera, cielo, pasta de trapo, canción antigua, que por entonces te alcanzaba; escribió que lo importante no era el silencio de la historia, el caminar perdido y la fecundidad de una voz, tampoco sus sueños errados llegando hasta ti con el rumor de las olas. El poeta escribió que “lo que interesaba / (ojalá importe) / era su herencia encendida y secreta / las tardes llanas en la plaza nueva / y el malecón encadenado a tus preguntas / tu abrazo enorme / bajo las sábanas prestadas / en nuestra casa ajena / la última etapa de su llanto…”
Por eso -Trilce- para escribirte un nuevo poema, habrá que leer “Poquita fe”, el libro inédito que reúne una apretada selección de mis poemas y que ojalá pronto se publique. Ahí encontrarás unos versos que hablan del juguito e` de mandarinas, de las fotos bajo el cielo sin cielo –encapotado- de nuestra incertidumbre y de la lluvia inminente en el malecón de la ciudad; un poema donde el poeta bebe a borbotones y puede ver a su hija desde la mejor esquina, donde ella aparece con sus ojazos vivos y su uniforme azulito (de primer día e` clases) sonriéndole abierta y entrañablemente, como aquella madrugada desde su cama en el frío hospital del Seguro, en que el callado movimiento de sus brazos, las aspas de molino y de calor que le extendía, le arrugaron y humedecieron la camisa mal planchada, sus botones azules (el cerquillo), la flor y el corazón.
Dicen que detrás de cada poema hay una historia, una soledad. Dicen que antes –en la antigüedad- la poesía estuvo unida a la canción y que logró independizarse de ella; dicen que la poesía traslada al lenguaje una experiencia humana, emocional y sensualmente significativa. Por eso será que cuando me acuerdo del día en que a Trilce le extrajeron un poemita maduro de su pequeña vesícula, el insomnio anula mis noches, y no se puede dormir sino hasta cuando uno recuerda que había un Yeyi bebé en tu cabecera “y yo sabía que estarías bien / como ahora / en que reparto mis anhelos / y tú me miras y me abrazas / te acercas y te alejas / y me dices: / cañaña, Pá; cañaña será otro día…”
Es lunes, demasiado temprano para la nostalgia; sólo pasaba por aquí para saludarlos, para dejar sentada mi nostalgia, mi impotencia para escribir poemas (lo siento), sólo pasaba por aquí para cantar mi canción.
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