jueves, 19 de febrero de 2009

Cálpoc exige justicia

Augusto Rubio Acosta

La mañana que llegamos a Cálpoc, éste parecía un pueblo fantasma; los pobladores, campesinos dedicados principalmente al cultivo de mangos, paltas y maracuyás, se encontraban en su mayoría en el campo a esa altura del día y en muchos casos hubo que ubicarlos en sus lugares de trabajo. Nuestro arribo a las alturas de Yaután se produjo luego de varios transbordos, de largas esperas por la movilidad y bajo el sol inmisericorde que castiga siempre la cordillera occidental de la provincia de Casma. En las casas de quincha y adobe de las alturas, los niños sonreían desconfiados. Éramos extraños en ésa su tierra.

A mil seiscientos metros sobre el nivel del mar –en el sector denominado Cerro Castillo-, y en un promontorio sobre el camino polvoriento, encontramos la casa de Petronilo León Polinario (48), Tesorero de la comunidad y víctima de la salvaje golpiza a que fuera sometido la medianoche del pasado sábado 24 de enero, por los cinco desconocidos que ingresaron a su vivienda -armados de revólveres- para robar los 40 mil 300 nuevos soles ahorrados por la comunidad con el fin de adquirir dentro de poco el vehículo motorizado que sacaría sus cosechas hacia la costa.

Pistolas tenían, joven. Tres (pistolas) eran. Me chancaron la cabeza, aquí ve usted mismo. Me desmayaron y a mis hijos y mi esposa los pusieron en la cama, echados uno encima de otro, amenazando de muerte. Pedían plata de comunidad que estaba en el cajón de mi catre, con candado. Encima de la plata estaba echado yo, mi cabeza estaba. Amenazaron liquidarnos si no les dábamos los cheques. Revolvieron costales, adobes, lampas. Buscaron 40 minutos. A mi hijo le quitaron sus 300 soles con que iba a sembrar cebollita. En eso entonces la luz estaba apagada, no dejaban que prendamos y estaba oscuro. En eso uno de ellos alumbró a otro con su linterna y yo lo vi al policía, al (Sub Oficial de Tercera PNP) Riveros. Yo estaba bañado en sangre porque me habían roto la cabeza con las cachas. Cuando se fueron con el dinero nos echaron candado; se fueron gritando que nos matarían si pedíamos ayuda…”.

El ladrido de los perros a esa altura del camino se constituye en síntoma inequívoco de que alguien se acerca. De entre la vegetación surgió la figura de Epifanio Huerta Carrasco (44), vecino de nuestro primer entrevistado y testigo presencial del hecho:

“Apenas escuché ruidos extraños corrí a ver qué pasaba. Aquí, detrás de esta piedra grande estuve y los vi cuando escaparon por la parte alta. Sería la una de la mañana. Eran hombres altos, con aspecto de policías. Estaba oscuro, pero tenían una linterna con que alumbrarse. De ahí con hacha rompí puerta y saqué candado…”

En la conversación con Edihno Huerta Lauya -Fiscal comunal- nos informamos a detalle de la insistencia del Teniente Gobernador de Cálpoc, Nazario Caballero Llanto, del propio Petronilo León, y de su persona, ante las puertas y ventanas de la comisaría de Yaután que jamás se abrieron para atender su denuncia de robo.

“Era la 1 y 30 de la madrugada del sábado (media hora después de ocurrido el asalto) y ningún policía en Yaután se dignó en atendernos. Cansados de tocar la puerta, ante la preocupación de los vecinos que despertaron por el ruido y luego de haber conversado con la doctora del Centro de Salud (contiguo a la dependencia policial) que curó las heridas de León, volvimos extenuados a Cálpoc a eso de las 4 y 30 de la madrugada. Nadie nos abrió. ¡Cómo no iban a escuchar los policías que estaban adentro si hicimos tremendo ruido!... Volvimos entonces a informar a los comuneros del hecho… Como a las 8 de la mañana otra vez regresamos a la comisaría con los dirigentes. Ahí Riveros nos dijo cínicamente que sí había estado de servicio…

El sábado 24 en la tarde, durante la asamblea general en Cálpoc, y -según los pobladores- ante la desidia de la Policía por hallar a los ladrones a pesar de la denuncia presentada, el pueblo acordó agilizar las gestiones y buscar un abogado en Chimbote. El domingo a las 4 y 30 de la tarde los dirigentes comunales se presentaron nuevamente en la Policía con su abogado. Fue entonces cuando Petronilo León reconoció el rostro que vio la noche del asalto en su casa. Fue cuando acusó al Sub Oficial de Tercera, Edinson Riveros Zapata, de haber participado en el robo, y cuando –inexplicablemente- fue engrilletado y encerrado por unas horas pretendiéndose acusarlo del latrocinio.


Los ánimos entre los campesinos ya se habían caldeado para el lunes, luego que el Tesorero de Cálpoc denunció la participación del policía en el hecho delictivo. A las 10 de la mañana, una turba de doscientos pobladores llegó a la comisaría de Yaután y trasladó por la fuerza a Riveros Zapata hacia el pueblo para interrogarlo. Los comuneros señalaron que en ningún momento éste fue golpeado ni vejado en absoluto. Sin embargo, según el atestado policial de Seincri, los comuneros gritaron “¡Queremos al perro ladrón!, ¡Dónde están los perros ladrones!” frente a la dependencia policial y condujeron al policía al complejo deportivo de Cálpoc, donde según declaraciones de la Sub Oficial de Tercera, María Reyes Heredia, Riveros permaneció con una soga al cuello, un grillete en la mano derecha y sufriendo jalones de cabello bajo la amenaza de que “iban a traer petróleo para quemarlo”.

El sol castigó brutalmente la mañana del martes, mientras a bordo de una motocicleta recorríamos las chacras en busca de los protagonistas del hecho. Así llegamos al sector de Gallo Rumi, escenario de la muerte de la joven campesina Lida Flor Huerta Méndez (26), baleada supuestamente por la Policía durante el enfrentamiento de los uniformados con los campesinos, luego del “rescate” y la huida de Riveros Zapata de su lugar de cautiverio.

Al visitar al padre de la occisa en las alturas de la comunidad, Teodoro Huerta Huamri (60) exigió justicia mientras sus ojos se le nublaban, demandó el esclarecimiento de los hechos, volvió a verse en el complejo deportivo de su pueblo aquél funesto lunes 26 de enero y recordó la forma en que vio caer a su hija a escasos metros de él, mientras los campesinos perseguían con piedras a la Policía en su huida del pueblo.

“La gente estaba indignada. Cómo va a ser, señor, que un mismo policía sea el ladrón de nuestros ahorros. En el complejo (deportivo) lo teníamos interrogándolo, pero nadie le pegó ni nada; es más, hasta le dimos agua y gaseosa. Ahí habíamos unas 300 personas, entre hombres, mujeres y niños. Cuando llegó el Fiscal (se refiere al Fiscal Adjunto, César Sánchez Aguirre) con el Comandante de la Policía de Casma, empezaron a conversar con la gente. Querían que dejemos ir a Riveros. Ahí, cuando aún no acababan de dialogar, los policías empezaron a rodear el lugar y a disparar con sus armas queriendo asustarnos; pero la gente no se asustó y nadie se tiró al suelo, más bien Riveros aprovechó para correr y escaparse trepando por un muro. Lo mismo hizo el fiscal que subió al carro y salió corriendo de miedo. Ahí empezó el enfrentamiento, en la plaza y en las calles con piedras y palos; los 20 o 25 policías escaparon disparando y los seguimos por toda la bajada. Mi hija estuvo en el grupo que fue a cortar camino para alcanzarlos. La vi a caer a unos 25 metros de mí; era la bala de un AKM, ella murió en mis brazos…

La voz de Teodoro se quiebra cuando habla de su hija y de la sangre derramada: “Yo denuncié en una radio de Casma esto que ocurrió. Mi nieto ha quedado desamparado porque mi hija era madre soltera. Esto es un abuso al campesino, a lo humildes que somos. El fiscal dice que a él le cayó una pedrada, pero eso no es cierto; ninguna piedra le cayó, él debe haber ordenado fuego en lugar de garantizar que no haya problemas. Encima ahora lo han nombrado juez y parte en este caso…

El martes en Cálpoc, conversamos también con el vicepresidente de la comunidad, Eliseo Torres Melgarejo (25) y con otros pobladores. Todos condenaron el accionar policial; primero al no atender la denuncia de robo, tampoco la presunta participación de un efectivo policial en el asalto, y posteriormente el accionar durante la balacera que significó un muerto y dos heridos de bala.

Hacen mutis

Según fuentes confiables, el policía Riveros Zapata, acusado de robo por la comunidad de Cálpoc, fue trasladado de la comisaría de Yaután –al igual que los otros dos efectivos- y ahora trabaja en el Departamento de Personal, en la primera comisaría de Chimbote. Intentamos entrevistar a Riveros, pero nos fue impedido el ingreso a la dependencia policial “hasta que culminen las investigaciones”. De igual forma quisimos comunicamos telefónicamente con el cuestionado Fiscal Adjunto, Sánchez Aguirre, pero éste nunca nos atendió el teléfono.

Ayer miércoles en Chimbote se deben haber reunido los dirigentes campesinos de Cálpoc y sus abogados de la Comisión de Justicia Social (CJS), con el Fiscal Superior Decano. Le deben haber pedido lo que es clamor popular en las alturas de Yaután: que se excluya de las investigaciones al Fiscal Adjunto, César Sánchez Aguirre, por no asistir a los interrogatorios que fueron programados, porque fue a todas luces cuestionable su participación durante las negociaciones previas a la balacera que se debió impedir, y porque los campesinos desean un nuevo fiscal y una investigación transparente.

Los medios de comunicación de Chimbote hasta ahora sólo han mostrado una cara de la moneda; se han limitado hablar de “secuestro de policías” y a recoger la versión policial de los hechos, tergiversando lo que debieron conocer de primera mano. En Cálpoc los campesinos esperan celeridad en el proceso, que se esclarezcan las cosas y se sancione a los responsables, desean una reparación civil, limpiar su imagen y que se llegue a alcanzar (si es que existe) la justicia.

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