Augusto Rubio Acosta
Lo que más recuerdo de esa calurosa mañana en la cafetería de la IV Feria del Libro de Trujillo y de la conversa con Julio Hevia, fue caer en la cuenta de que gran parte de la jerga peruana es un auténtico menú. Hasta entonces no había reparado en que los peruanos todo lo vemos comida. En todo momento y en todas partes, nada nos apasiona tanto como sentarnos a una mesa plagada de exquisiteces culinarias de origen criollo o foráneo (total, qué importa), el hecho es que a barriga llena, corazón contento (por más humilde potaje que hayamos saboreado), y no hay nada que nos seduzca más que ése disfrute placentero.
La una de la tarde en Mansiche y las Trujillo frozen se acaban de evaporar. Tengo hambre, brother, ¿qué acelgas? Flaco, ¿qué tienes para picar?, a ver… El mozo ha traído croquetas de queso, pero Julio continúa husmeando la ensalada de papas con manzana del vecino. ¿Sabes? Nosotros todo lo vemos comida. Por ejemplo, mira esa flaca: la de allá, la que “está fuerte”, de blusa verde y minifalda. Cuando le vemos las piernas pensamos “¡qué buenas yucas!”, si le miramos las tetas imaginamos “¡qué ricos melones!”, cuando le vemos el trasero, exclamamos “¡qué buen queque!”. Y así, la lista es larga, podríamos hacer un diccionario con ese tipo de cosas…
Dos “cerbatanas” más y una papa a la huancaína con maca para complementar. No sé qué les habrá encontrado de bueno, pero a Julio le encantan las ensaladas. Será que está viejo y necesita energizarse, pienso; será que los carbohidratos, proteínas, vitaminas, minerales, fósforo, calcio, magnesio, y tantas cojudeces de las que hablan los nutricionistas y promocionan los laboratorios, como que lo tienen medio traumado al “tío” y le generan la idea de que está vigoroso y revitalizado. Como será. El hecho es que él no se hace “paltas” para hablar con desparpajo y para meterle su “café” a quien se equivoca.
“A pico nomás”, Augusto, porque el “mosaico” éste es medio “montgomery”, a qué hora nos traerá los vasos… ¡Estoy con un “ambrosoli”…! A la franca, a mi no me ha gustado mucho esta feria: “ni chicha ni limonada”, la distribución de los stands nomás me ha parecido un “arroz con mango”, una “chanfaina”; la feria estaba mejor cuando se hacía en la Plazuela El Recreo, ya le había agarrado “camote” a ese lugar. Acá los organizadores se han sacado la “chochoca” para nada; la gente pasa “de fresa” nomás, le llega al “chopin center” todo, no compran libros… Lo que sí en Trujillo hay buenas “loncheras”, ricos “mangos”, de eso uno no se puede quejar...
A la hora del “comercio”, del “convoy” (la comilona), ya estábamos medio “mariáteguis” (y encima “de boleto”, pensé). Delante mío humeaba un lomo saltado, el “richie ray” apretaba, y Julio: ¿Dos más? , ¡habla! “Por leyenda”, causa, “cincuenta de camote”, pero que sean "las del estribo". Como a las cuatro de la tarde ya “estábamos en trompo” y “yéndonos en floro”. “Chinos de risa”, faltosos y víctimas de la mal llamada “erisipela de cantina”, abandonamos la “cafeta” de la Feria del Libro con la promesa viva de volver a encontrarnos más tarde -con los amigos- en el auditorio central.
A Julio ya no lo he vuelto a ver desde entonces, estará asado conmigo. La noche que presentó su libro me había quedado “jato” de largo; a las justas desperté para el buitreo, para “mandar un fax”, tomar un alka seltzer y volver a acostarme. Cèst la vie; cosas que pasan, Julio, cosas que pasan…
Que interesante, vaya que en la amyoría de cosas le metemos la comida, y siempre lo hago, y ni me había percatado. Muy ameno tu post, cuidate mucho!
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