Cuando nací, nadie me dijo que arrancar el cordón umbilical de un mordisco podría provocar una desgracia; nadie me advirtió que cuando anocheciera -en la clínica- vendría el cuco al que todos los niños y sus madres temen; tampoco me hablaron del amor, el dolor o el odio; y si acaso alguien se aventuró a conocer mi alma e intentar amarla cuando estuve grande, quien sabe fue porque le resultó imposible resistir la mirada triste (y de niño-suicida) que siempre tuve.
En el tiempo en que nací, en casa nadie hablaba de poesía sino de la turbidez del aire, la buena pesca, las huelgas de los obreros y de la ropa húmeda tendida en los cordeles, apestando; cuando era niño, mamá iba y venía de su oficina haciendo sonar sus tacos desde lejos y dotaba mi mundo de alegría a su llegada, de pequeñas sonrisas con hoyito dibujadas en los cachetes de cuando se es tierno, cuando provocamos nuestro primer incendio –inextinguible- en la cabecita de los fósforos recién hurtados y no se sospecha aún nada malo de la vida.
Nadie conoce tanto los secretos de mi soledad como los que se han acercado a mi poesía; y hablo no sólo de los poemas que han surgido de ésta mi cabeza é libro (así me dicen en los bajos fondos), sino también de aquellos que se han constituido en mis siempre vivas lecturas y en experiencias vitales. a Tere -mi madre- por ejemplo, jamás le sugirieron en su momento echar a la basura el biberón y el andador obsoletos que mi difunto padre adquirió para su pequeño vástago, tampoco comprar periódicos, libros y revistas que ella jamás leería y esparcirlos -como juguetes- sobre los muebles de la sala. De ese tiempo proviene –ahora lo sé bien- mi impureza, mi pasión, el estar harto de ser yo, el vicio éste que me conduce a la muerte.
Quien les habla -o les escribe- no tiene nada sino poesía para justificar la vida. Eso es lo que soy y ésto es lo que he escrito. A estas alturas, es evidente que no me importa o no sé cómo demonios terminar de darle forma a esta especie de introito absurdo, y no me avergüenza decirlo; al contrario, me enorgullezco de ello. Supongo que si hubiese hablado ahora mismo en difícil me hubiera otorgado cierto caché o valor agregado ante los lectores, y si hubiese citado algunos autores y obras clásicas o si las hubiese analizado, interpretado y comparado -de refilón- con mis poemas, a la luz del existencialismo, la semiótica, la hermenéutica, el psicoanálisis y los patrones o vanguardias existentes, otra sería la impresión que dejaría a quienes aún persisten en la lectura de esta nota introductoria y anodina que he titulado de manera subrepticia en honor a una vieja pero querida canción y a su antigua filosofía.
En realidad -y aunque nadie me crea- pasaba de casualidad por esta esquina (por acá ando a veces, cuando no estoy en Twitter). Pasaba y sólo quise detenerme un toque a pedir prestado un lápiz y decir algunas cosas que siempre quise decir pero nunca pude (en verdad jamás me dieron espacio). Pasaba por esta calle para asomarme a alguna ventana abierta de descubrimiento o de confirmación. Quien sabe en el fondo no intentaba sino aprovechar la página en blanco para ejercitar el desapego, el silencio y el desprecio por el orden de esta podrida sociedad en la cual sobrevivimos; quien sabe sólo quise solidarizarme con los hombres y mujeres que padecen en la poesía la más horrible variante de la soledad: la soledad del que ni siquiera se tiene a sí mismo; tal vez me acerqué a ustedes para confiarles que a veces uno aspira a escribir un libro que se comente a sí mismo, que constituya una declaración sin palabras (y muchas veces se fracasa).
Así -como se colige-, yo no soy nadie para decir línea alguna sobre mi poesía ni sobre la poesía de nadie; el tiempo, la crítica y los verdaderos lectores dirán si “Poquita fe” está vivo o si nació muerto, si es poderoso y capaz de promover el pensamiento y la discusión o si para nada sirve y urge echarlo a la hoguera (que se lo lleve el camión de la basura), al olvido. Decirles nomás que los poemas incluidos en esta apretada selección personal (una pieza más de mi prontuario) fueron escritos con el espíritu subversivo que siempre ha conducido mi existencia, decirles que el presente es lo único que tenemos y es lo único que hay (like the song), y que como bien señala Cioran -viejo pata, mejor amigo-, sólo es subversivo el espíritu que pone en tela de juicio la obligación de existir.
En el tiempo en que nací, en casa nadie hablaba de poesía sino de la turbidez del aire, la buena pesca, las huelgas de los obreros y de la ropa húmeda tendida en los cordeles, apestando; cuando era niño, mamá iba y venía de su oficina haciendo sonar sus tacos desde lejos y dotaba mi mundo de alegría a su llegada, de pequeñas sonrisas con hoyito dibujadas en los cachetes de cuando se es tierno, cuando provocamos nuestro primer incendio –inextinguible- en la cabecita de los fósforos recién hurtados y no se sospecha aún nada malo de la vida.
Nadie conoce tanto los secretos de mi soledad como los que se han acercado a mi poesía; y hablo no sólo de los poemas que han surgido de ésta mi cabeza é libro (así me dicen en los bajos fondos), sino también de aquellos que se han constituido en mis siempre vivas lecturas y en experiencias vitales. a Tere -mi madre- por ejemplo, jamás le sugirieron en su momento echar a la basura el biberón y el andador obsoletos que mi difunto padre adquirió para su pequeño vástago, tampoco comprar periódicos, libros y revistas que ella jamás leería y esparcirlos -como juguetes- sobre los muebles de la sala. De ese tiempo proviene –ahora lo sé bien- mi impureza, mi pasión, el estar harto de ser yo, el vicio éste que me conduce a la muerte.
Quien les habla -o les escribe- no tiene nada sino poesía para justificar la vida. Eso es lo que soy y ésto es lo que he escrito. A estas alturas, es evidente que no me importa o no sé cómo demonios terminar de darle forma a esta especie de introito absurdo, y no me avergüenza decirlo; al contrario, me enorgullezco de ello. Supongo que si hubiese hablado ahora mismo en difícil me hubiera otorgado cierto caché o valor agregado ante los lectores, y si hubiese citado algunos autores y obras clásicas o si las hubiese analizado, interpretado y comparado -de refilón- con mis poemas, a la luz del existencialismo, la semiótica, la hermenéutica, el psicoanálisis y los patrones o vanguardias existentes, otra sería la impresión que dejaría a quienes aún persisten en la lectura de esta nota introductoria y anodina que he titulado de manera subrepticia en honor a una vieja pero querida canción y a su antigua filosofía.
En realidad -y aunque nadie me crea- pasaba de casualidad por esta esquina (por acá ando a veces, cuando no estoy en Twitter). Pasaba y sólo quise detenerme un toque a pedir prestado un lápiz y decir algunas cosas que siempre quise decir pero nunca pude (en verdad jamás me dieron espacio). Pasaba por esta calle para asomarme a alguna ventana abierta de descubrimiento o de confirmación. Quien sabe en el fondo no intentaba sino aprovechar la página en blanco para ejercitar el desapego, el silencio y el desprecio por el orden de esta podrida sociedad en la cual sobrevivimos; quien sabe sólo quise solidarizarme con los hombres y mujeres que padecen en la poesía la más horrible variante de la soledad: la soledad del que ni siquiera se tiene a sí mismo; tal vez me acerqué a ustedes para confiarles que a veces uno aspira a escribir un libro que se comente a sí mismo, que constituya una declaración sin palabras (y muchas veces se fracasa).
Así -como se colige-, yo no soy nadie para decir línea alguna sobre mi poesía ni sobre la poesía de nadie; el tiempo, la crítica y los verdaderos lectores dirán si “Poquita fe” está vivo o si nació muerto, si es poderoso y capaz de promover el pensamiento y la discusión o si para nada sirve y urge echarlo a la hoguera (que se lo lleve el camión de la basura), al olvido. Decirles nomás que los poemas incluidos en esta apretada selección personal (una pieza más de mi prontuario) fueron escritos con el espíritu subversivo que siempre ha conducido mi existencia, decirles que el presente es lo único que tenemos y es lo único que hay (like the song), y que como bien señala Cioran -viejo pata, mejor amigo-, sólo es subversivo el espíritu que pone en tela de juicio la obligación de existir.
* Tomado de la nota introductoria de "Poquita fe" (Bisagra Editores. Huancayo, 2010), el nuevo libro de Augusto Rubio Acosta.
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